viernes, 23 de enero de 2015

Un copo de nieve

Ainss, nubecitas esponjosas.

¿Os gustan las cosas nuevas? Iban a ver más, pero lo vi demasiado cargado, asíque solo dejé el título y el iconito a la izquierda de la pestaña que sale cuando pones esta pagina. (¿Favicon?) Bueno, lo que se ha podido, se ha echo jeje. Espero críticas ¬¬

No tengo mucho tiempo para esto, ya que tengo muuuchos examenes el lunes (3...seguidos...), pero intento sacar un poquito de tiempo para seguir con el horario planeado. Por eso, y para dar un poco de variedad, os traigo hoy un corto que se me ocurrió mirando por la ventana estos dias. Estoy en mi pueblecito, (Salinas del Manzano, Cuenca, España) y aquí nieva bastante por esta epoca.

Asique sin más dilación os traigo el corto "Un copo de nieve".
Espero que os guste.
Saludos.

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El niño no debaja de mirar por la ventana del autobus, nervioso, inquieto. No era su primer viaje en ese transporte, ni mucho menos, pero si a donde se dirigía. Su familia no tenía dinero para mantener un coche, ni siquiera para comprarlo. Sin embargo, su padre, el cual estaba a su lado, se había esforzado mucho en conseguir el dinero suficiente para poder llevar a su hijo a ese lugar, el cual le traia tantos recuerdos. El lugar donde conoció a su mujer.

Los momentos más bonitos de su vida habían pasado allí, un verano que tuvo que trabajar por unas pocas pesetas después de gastar todos sus ahorros para poder viajar pero que valió la pena, porque pudo conocerla. El calor que hacía ese día, las risas mal disimuladas del grupito de cuatro mujeres que observaban tanto a él, como a sus tres compañeros de trabajo, las miradas furtivas hacia ese moño castaño y a sus ojos de color miel. Si, lo recordaba a la perfección todo.

Sin embargo, este viaje no era para él. No. Este viaje era para su hijo. Para que viera su primera nevada, su primer copo de nieve, para que tocara la nieve. Si, sabía que su hijo había soñado con ello muchas veces, porque su madre siempre le había contado historias sobre su infancia allí. Todas llenas de la fantastica fantasía que la caracterizaba, tan inocente. Nunca cambió.

Miró a su hijo con una sonrisa. Su emoción era la que tenía él cada vez que tenía la oportunidad de ver a Rosalinda, la que después fue su novia, su esposa y por último, la madre su hijo. Fue perfecta hasta el último momento. Aunque su padre no aceptaba su noviazgo ni su casamiento, se fugaron juntos y sumidos en la pobreza, solo con amor y cariño, criaron al hijo que llevaba en su vientre. No tuvo mucho tiempo para estar con ella, siempre de trabajo en trabajo para dar de comer a sus seres más queridos, pero valió la pena.

            - ¿Estás nervioso, Mario? - dijo Fernando, acariciando suavemente su cabeza.
            - Si, papá. ¿Será tan fría y blanca como decía mamá? ¿Se derretirá en mi mano?
            - Ya lo verás cariño, ya lo verás. - le susurró, abrazandolo mientras señalaba por la ventana - Mira, Mario, allí en la montaña.
            - ¡Ala! -gritó Mario, arrodillandose en el asiento antes de apoyarse en la ventana.

Después de la muerte de Rosalinda, su padre, el mismo que lo contrato para hacer las obras en su casa, el mismo que los rechazo cuando le pidieron cobijo para criar al que sería su nieto, ahora, como último deseo de su hija y como disculpa por todo el pesar que les había causado, les ofrecía un lugar para vivir, lleno de recuerdos preciosos y de futuros momentos para su hijo. No pudo rechazarlo, aunque por un segundo le inundó la rabia y el orgullo, no pudo reprocharle nada. Ahora tenía que pensar en su hijo.

          - A partir de ahora viviremos con el abuelo, el padre de Rosalinda. - le dijo Fernando a su hijo, aun ensimismado con el paisaje blanquecino.
          - ¿Estaremos donde estuvo mamá de pequeña?
          - Si cariño.
          - ¿Veré todos los días la nieve?
          - No todos los días, pero si muchas veces al año.
          - Así mamá estará conmigo. - susurró Mario, sonriendo.

Fernando tragó saliva. Se levantó y cogió sus maletas antes de que parara el autobús. Ya había reconocido las casas antes de entrar al pueblo, el cual estaba cubierto por una gran capa de blanco, dando un matiz lugareño al lugar. Si. Sería un buen lugar para cuidar el resto de su vida tanto a su hijo como a los recuerdos de su mujer.

Mario se levantó dejando que su padre le pusiera la chaqueta antes de salir a la calle. Ya sentía el aire frio del lugar y eso le emocionó mucho más a tocar la nieve que su madre tanto le había hablado los días de lluvia. Como se derretía al contacto del cuerpo, como se podían formar figuras, como el frío calaba los huesos... Quería ver con sus propios lo que tanto su madre admiraba.

Y lo consiguió. Una extensión de nieve se encontraba delante de él, pero los nervios, la emoción no le dejaban avanzar a probar ese misterioso material blanco. Notó la mano mollosa de su padre en su espalda y como le colocaba un gorro de lana en la cabeza.

          - No vayas a constiparte ahora. No te alejes mucho de aquí, que tu abuelo no tiene que tardar mucho en venir.

Volvió la vista hacia el paisaje blanco y avanzó varios pasos. La nieve dejaba marcado su rastro, el camino que había dejado atrás. Se agachó lentamente y cogió todo lo que pudo en la mano, deshaciendola con los dedos, dejando que volviera desecha al suelo. Sonrió. Miró a su padre y se quitó un guante. Volvió a coger un buen cacho de nieve.

          - ¡No te la metas en la boca, Mario!
          - Jo... - susurró, intentando hacer una bola con las dos manos.

Sintió el tacto frío de la nieve en su mano, antes de volver a mirar hacia arriba y pestañear varias veces. Sentía a su madre en el aire.

          - Papá - dijo dandole la espalda.
          - ¿Qué ocurre, Mario?
          - Mamá tenía razón.

Su padre le miró interrogante, sin entender muy bien a que se refería. No se movió al ver a su hijo girarse, pero sí lo miró sorprendido cuando vió su ancha sonrisa dibujada en su diminuto rostro. Ese rostro moreno como el de su madre, al igual que su sonrisa. Esa sonrisa tan preciosa que lo enamoró la primera vez que la vió y que querrá siempre, al igual que al fruto de su amor.

           - La nieve es mágica. - susurró Mario, lo suficientemente alto para que su padre lo oyera.

Y no pudo evitar sonreir mientras derramaba lagrimas ántes  de ir corriendo hacia él para abrazarlo. Por que la había visto. A Rosalinda. Detrás de Mario, sonriente y feliz. Y no iba a permitir que nada borrara la sonrisa ni de ella, ni de su hijo.

          - Si cariño - dijo Fernando, entre lagrimas, abrazando más a tu hijo - La nieve es mágica.



<3



4 comentarios:

  1. Me pusiste la piel de gallina con el relato. La verdad es que es una historia muy tierna que casi me hace llorar y todo.
    Siempre tenemos tiempo para enmendar las acciones de nuestro pasado, y al menos Mario podrá ver a su abuelo y conocer poco a poco a la que fue su madre, aunque sean solo recuerdos.
    Me ha encantado ahijada <3
    ¡Un besín!

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  2. Los recuerdos pueden ser maravillosos, te hacen viajar en el tiempo y en el espacio.
    Me has emocionado, una historia breve pero muy intensa, llena de significado y amor, un besazooo
    Lena

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  3. Sencillamente precioso :O Increíble ^^ Muy emotiva :)
    Te he nominado a un premio http://katherinathoughts.blogspot.com.es/2015/01/premios-dardos-y-parabatai.html
    Un besazooo!!

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  4. Me ha gustado mucho este relato. El final, como la nieve, es mágico! Te sigo y espero poder leer más.

    Saludos!! :)

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